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Un hombre de corazón eclesial. Así describe el papa Francisco al cardenal Herranz en el prólogo de este libro. Una de las claves de lectura es el amor a la Iglesia y al papa, sea quien sea, que atraviesa todas sus páginas. Otra sería el Concilio Vaticano II y su aplicación en la vida cotidiana del Pueblo de Dios, que llama a todos a conocer y amar a Cristo y a difundir su mensaje de salvación. Por eso, más allá de una continuación de los recuerdos sobre san Juan Pablo II y san Josemaría Escrivá recogidos en su anterior libro En las afueras de Jericó, se despliega, partiendo de sus vivencias con Benedicto XVI y el papa Francisco, una panorámica de la Iglesia.
Desde hace seis décadas, ha sido testigo privilegiado de las profundas transformaciones del mundo y de la Iglesia. Su mirada, de largo alcance hacia el pasado, no permanece ahí, sino que alcanza y apuesta también por el futuro. El futuro de una Iglesia que sigue siendo la misma que nació en el cenáculo de Jerusalén y soñaba con llegar a todas las naciones (Mt 28-19) anunciando el Evangelio de la alegría.
El cardenal Julián Herranz Casado (Baena, 1930), médico psiquiatra, sacerdote desde 1955 y doctor en Derecho Canónico, entró en 1960 a formar parte de la curia romana, en la que durante 63 años ha servido a seis papas: de san Juan XXIII a Francisco. Obispo desde 1991, san Juan Pablo II le nombró (1994) arzobispo y presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, cargo que ocupó hasta el 2007. Además de colaborar en el Concilio Vaticano II, a lo largo de su servicio a la Santa Sede, ha presidido o formado parte de diversos organismos de gobierno, comisiones y realizado misiones que le han llevado por todo el mundo. Nombrado cardenal en 2003, participó en el cónclave en el que fue elegido Benedicto XVI (2005).